2-Aprender a hacer oración

Compendio del Catecismo

  • ¿Cuál es la importancia de la Tradición respecto a la oración?
  • 2650-2651
  • A través de la Tradición viva, es como en la Iglesia el Espíritu Santo enseña a orar a los hijos de Dios. En efecto, la oración no se reduce a la manifestación espontánea de un impulso interior, sino que implica contemplación, estudio y comprensión de las realidades espirituales que se experimentan.

 

Introducción

“¡Señor, enséñanos a orar!”, dijeron un día los Apóstoles a Jesús. Y les enseñó el Padrenuestro. A nosotros nos pasa lo mismo, y muchas veces sentimos ganas de decírselo: ¡Jesús, enséñame a orar!; y es que, aquí como en todo, es necesario aprender. Normalmente, el cristiano aprende a rezar en la familia, que es “la Iglesia doméstica”; desde muy pequeños, se enseñan a los hijos las primeras oraciones con las que se dirigen a Dios, a Jesús, a la Virgen, a los ángeles y los santos. Son oraciones sencillas y entrañables que se conservan y transmiten de padres a hijos. Esto que se vive en la familia, se vive particularmente en la Iglesia, que es “comunidad de oración”; si vivimos como buenos hijos, esta buena madre que es la Iglesia nos enseñará a hacer oración y nos ayudará para que consigamos ser almas de oración.

Ideas principales

  1. Principales fuentes de la oración

La voz que Dios quiere oír es la voz nuestra, la de cada uno, salida de dentro del corazón, que es el que ora; pero quiere también reconocer en ella el timbre de su propia palabra. Por eso decimos que la fuente principal de la oración es la Palabra de Dios. En la Sagrada Escritura, es Dios quien nos habla -Cristo nos habla- y nos enseña a orar. El que lee la Escritura aprende a orar.

También la Liturgia de la Iglesia, que anuncia, actualiza y comunica el misterio de salvación. Ahora es la Iglesia la que nos enseña a orar, y ora en nosotros y con nosotros.

Las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que se refieren directamente a Dios y nos comunican con Dios en un trato de oración continuada, cuando se viven.

Y los acontecimientos de cada día: el trabajo, la vida de familia, la amistad, el descanso…, son fuente de oración, ocasión de encuentro con Cristo porque, como confiesa el Beato Josemaría Escrivá, “el tema de mi oración es el tema de mi vida”.

  1. A quién se dirige la oración

La oración litúrgica u oración pública de la Iglesia se dirige normalmente a Dios Padre, por mediación de Jesucristo, el Hijo, en la unidad del Espíritu Santo. La Trinidad, por tanto, en la identidad de naturaleza y distinción de personas, es el término de la oración de la Iglesia. La referencia a Dios Padre está clara puesto que -como principio sin principio- es la fuente de la gracia y de todo bien. La mediación única de Jesucristo por su Santísima Humanidad la hemos aprendido de su mismos labios y de San Pablo. Y la intervención del Espíritu Santo viene reclamada por cuanto se nos dice que “el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; mas el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inefables” (Romanos 8,26).

De esta forma, la oración de la Iglesia es el patrón de la oración personal, para que discurra por ese cauce verdadero de la comunicación con Dios uno y trino; es decir, que la oración del cristiano se dirige a Dios Padre por medio de Jesucristo en la unidad del Espíritu Santo. Va dirigida a Dios y sólo a Dios.

Pero, dada nuestra condición humana -y Dios así lo quiere porque ha participado la bondad de la causalidad a sus criaturas-, para llegar a Dios más fácilmente interponemos a los ángeles y a los santos -y de modo singular a la Madre de Dios con San José- para que presenten nuestras necesidades ante Dios. Contando siempre con que son mediadores secundarios, que nos ayudan a ir a Dios.

  1. Rezar en comunión con la Santa Madre de Dios

Desde el episodio de Caná: “Haced lo que Él os diga”, la Virgen actúa siempre lo mismo, llevándonos a Jesús. Por eso, aunque la mediación de Cristo es única -Él es el Mediador-, Dios la ha querido asociar de modo estrechísimo a su obra redentora, y la ha puesto como un cebo de amor para atraernos a Él. En consecuencia, rezamos a Dios y oramos por Cristo, pero María es también -por su ejemplo y por su actuación- un camino seguro de oración. El magnificat es un modelo de oración -desde la humildad- para agradecer las maravillas que Dios obró en Ella; y nosotros, con Ella, alabamos a Dios. Y además de rezar con María, acudimos a la Virgen para confiarle nuestras súplicas y alabanzas, siendo verdad que podemos orar con María y a María. También en esto anda pegada a su Hijo, y la silueta de la Virgen se ajusta a la de Cristo, de quien comenta San Agustín: “Pide por nosotros, como nuestro sacerdote; ora en nosotros, como que es nuestra cabeza; a Él dirigimos nuestras súplicas, como a nuestro Dios”.

  1. El Avemaría, la mejor oración a la Virgen

Por ser Madre de Dios y Madre nuestra, la Virgen intercede continuamente ante su Hijo Jesucristo por cada uno de nosotros. Por eso acudimos a Ella con filial confianza, y podemos hacerlo de muchas maneras aunque la forma mejor es rezando el Avemaría, que recuerda el saludo del Arcángel al anunciarle el misterio de la Encarnación: “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo”, junto con la alabanza de Isabel: “Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre”. La Iglesia completó estas alabanzas con la plegaria: “Santa María, Madre de Dios“, convencida de que “ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.

Aun sabiendo que el centro de la clemencia está en el sacratísimo y misericordioso Corazón de Jesús y en el dulcísimo Corazón de María, muchas veces recurrimos a la intercesión de los ángeles y los santos, que contemplan y alaban a Dios y tienen el encargo providencial de cuidarnos mientras peregrinamos hacia el cielo.

Y como el Avemaría es tan bonita -la compuso Dios- y pensamos que nuestra Madre está metida en todo, también a los ángeles y santos los invocamos con el Avemaría además del Padrenuestro.

  1. La escuela de la piedad

La familia cristiana es la escuela natural para educar a los hijos en la oración; pero la piedad se ve favorecida además y completada por la pedagogía del sacerdote, de las religiosas, en la catequesis, en los grupos de oración, y en la dirección espiritual.

  1. Dónde hacer oración

Podemos hablar con Dios siempre y en todo lugar porque lo ve todo, lo oye todo y está en todas partes; sin embargo, el sitio más apropiado para orar es el templo, donde está presente de manera singular. En el Sagrario está Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad; el mismo que nació en Belén, vivió en Nazaret y murió en la cruz. Además, allí se celebra la Santa Misa, que es la oración más sublime y eficaz porque es la oración de Cristo y de la Iglesia entera unida a Él, que es la Cabeza.

Hemos de amar mucho la Misa y asistir a ella siempre que podamos, porque es el momento en que Cristo se ofrece en adoración y acción de gracias infinita, expiando los pecados y pidiendo por las necesidades de todos los hombres.

Propósitos de vida cristiana

Un propósito para avanzar

  • Medita el Avemaría para comprender mejor lo que rezas.
  • Vive bien los detalles de cariño y de respeto cuando estés en la iglesia: uso del agua bendita, genuflexión ante el sagrario, inclinación de cabeza ante el Crucifijo o imagen de la Virgen, etc.